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El Espíritu de Bandung en tiempos de multipolaridad

  • Bárbara Matkovic
  • 8 sept
  • 2 Min. de lectura

Por Cristián Gabriel Castillo Vásquez


El pasado 3 de septiembre, en Beijing se conmemoró el 80° aniversario de la Victoria sobre Japón. En China, este episodio no se inscribe bajo el rótulo de “Segunda Guerra Mundial”, sino como la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa y la Guerra Antifascista Mundial. Es una forma de nombrar que transmite dos mensajes clave: la centralidad de la resistencia nacional frente a la ocupación extranjera y la pertenencia a una causa global.


El desfile militar mostró la amplitud del poderío chino, con sistemas de defensa de última generación y, como punto culminante, un misil nuclear con capacidad de alcanzar cualquier punto del planeta. Con ello, China reafirma su condición de potencia nuclear, con la denominada tríada estratégica: misiles intercontinentales, submarinos y bombarderos capaces de portar armamento nuclear. Sin embargo, lo esencial no es la tecnología bélica, sino la narrativa que se construye: memoria, fuerza y proyección internacional.


Esa narrativa se completa con otro hecho ocurrido pocos días antes: la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO, por sus siglas en inglés) en Tianjin. Allí, líderes de Asia Central, Asia del Sur y Eurasia compartieron un espacio político donde se priorizan la cooperación regional y la búsqueda de un orden multipolar. Visto en secuencia, la SCO fue el capítulo diplomático, y el desfile en Beijing, el capítulo simbólico-militar. Una demostración cuidadosamente planificada que evidencia que el proyecto no se limita al discurso, sino que se sostiene sobre un respaldo estratégico

sólido.


Pero este 2025 ofrece un marco aún más profundo: se cumplen 70 años de la Conferencia de Bandung, en Indonesia. Bandung fue más que un encuentro: fue la afirmación de que existía un “Tercer Mundo” capaz de levantar su propia voz, distinta tanto del bloque occidental como del soviético. Su Espíritu se sustentaba en principios de independencia política, no intervención, cooperación Sur-Sur y búsqueda de justicia internacional.


Ese Espíritu de Bandung sigue vivo. Al observar la tribuna de Beijing, con Xi Jinping, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan, entre otros mandatarios lo que se transmite no es una mera alianza coyuntural, sino la reivindicación de que otro orden es posible. Si en 1955 el desafío era emanciparse de las hegemonías coloniales y de la Guerra Fría, hoy la tarea es reconfigurar las reglas globales en un mundo donde ninguna potencia pueda dictar unilateralmente el rumbo de los demás.


China recoge ese legado y lo proyecta en clave contemporánea: multipolaridad, autonomía estratégica y solidaridad entre países del Sur Global. El mensaje es claro: el pasado no se recuerda solo por conmemoración, sino como fundamento para construir alternativas en el presente.


El hilo conductor entre Tianjin, Beijing y Bandung es la coherencia entre diplomacia, fuerza y memoria histórica. Primero, la articulación política de la SCO; después, la afirmación simbólica de un desfile; finalmente, el marco de Bandung como raíz ideológica que legitima esta búsqueda de un nuevo orden.


En este sentido, el Espíritu de Bandung no es un recuerdo nostálgico, sino un recurso vigente: la convicción de que los pueblos pueden trazar su propio destino, más allá de las lógicas impuestas por el poder hegemónico. Hoy, como hace setenta años, la pregunta sigue abierta: ¿cómo se construye un orden más equilibrado, donde la voz del Sur Global tenga peso real?


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